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Junto con el teatro La Badabadoc, Andrea Just dirige y coproduce Tot el que vull. Una muestra de danza contemporánea que reúne la fuerza de la música en vivo, la potencia de movimientos planeados e improvisados y la narrativa de tensiones, repeticiones y patrones.
En un espacio que antes permitía la libre circulación e interacción de los espectadores con las obras, cuatro bailarinas van soltando sus hombros e inician movimientos al compás de la música. Varios espejos cuelgan de las paredes. Las luces se atenúan. Dos micrófonos tienden en lados opuestos. Esos dos micrófonos que a lo largo de la noche harán eco y reafirmarán la voz de muchas mujeres.
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ToggleTot el que vull reivindica la danza contemporánea
En medio de la oscuridad se enciende una luz. “Buenas noches a todas y todos. Gracias por estar aquí. Que estén aquí significa que la cultura no ha desfallecido. Que los artistas no hemos muerto”, dice Andrea mientras Felipe Escalada, músico y compositor, juega con su violín y un par de loops creando un ritmo y melodía que recuerda a Bad Guy de Billie Eilish.
Al tomar uno de los micrófonos flotantes, Andrea se define. Afirma lo que es. Como mujer reafirma que existe. Lo que piensa, lo que siente, lo que hace y lo que ha dejado de hacer. Con aquel pequeño monólogo, se abren las puertas a una danza que habla a través del cuerpo de otras cuatro mujeres.
Experimentan con lo natural, con el rechazo, con la aceptación y con la mímesis. Las cuatro bailarinas nos van descubriendo facetas con las que conviven. Con sus movimientos muestran las similitudes que podemos encontrar en otras. En Tot el que vull la decisión de cada artista parece una persecución.
Los brazos, que alguna ha erguido como disparando un arco imaginario, o las piernas de otra que se alzan como en ballet comunican más que un diálogo. Cada decisión es causa de un movimiento inevitable, es un deseo que busca, que es curioso y se reivindica en el cuerpo.
Una unión ejemplar entre música y baile
La música compuesta especialmente por Felipe combina perfectamente con la coreografía. Ambas evocan altibajos. Al principio y al final dan ganas de ponerse en pie y bailar. Hacia la mitad, entran ganas de contemplar. Con un uso simple de luces se termina de complementar el evento. Todo tiene un sentido. La oscuridad y la luz están cuando se necesita comunicar o hacer sentir algo.
Sin lugar a duda, la música en vivo le termina de dar ese toque para que la obra sea más que una coreografía, para que se transforme en una experiencia que involucra al espectador. Tanto es así que nadie podía evitar llevar el ritmo con sus pies o, tímidamente, con las manos.
- Lo que más me gustó: la coreografía con música en vivo.
- Lo que menos me gustó: no poder desplazarme por el espacio por las medidas de seguridad.